Forty-eight degrees at 5:30 a.m. seemed bitterly cold and awfully early as I stepped from my car this morning in the parking lot at Del Mar Thoroughbred Club and started the walk back to the barn. As many times as I have and will be making the trip from the clubhouse to the barns on the backside, it occurred to me that I should measure the distance, but then I thought better of it, as knowing might actually impede my progress.
As I strolled up to the barn, California Chrome’s groom Raul Rodriquez was cleaning out the colt’s stall and tossing in a load of fresh, straw bedding with a pitchfork while the chestnut champion waited in the neighboring stall. It was just Raul, Chrome, the security guard and me this morning. I glanced across the yard and saw that the stalls of the barn facing us were all empty, the horses having occupied them yesterday gone. With just one week left in the fall meet, their trainer may have pulled up stakes, or may be shipping more horses in for the remaining races. We’ll see if we have neighbors again later in the week.
It was Monday, and a rest day for Chrome, who seemed to know that not much was expected of him today. After preparing his stall, Raul led Chrome out to clean off his feet and wipe them dry before beginning his tour of the yard. Hardly anyone was stirring, with just a few other horses being hand walked by stable hands, and Raul clucked and spoke softly in Spanish to his equine companion as they made turn after turn around the yard.
At either end of the oval they were creating in the freshly raked dirt, Chrome would pause from time to time, his ears pricked and head high, checking out something in his field of vision. Raul paused patiently to determine what had caught Chrome’s attention, and then encouraged him to continue walking. On one occasion the colt let Raul know that he wanted to do a little more than walk around, and the two of them did a spirited dance around the yard until Chrome accepted that Raul’s agenda for the morning would be kept.
Just before taking him back to his stall, Raul paused to chat with me while Chrome played with his lead line and nudged his groom. His horse was very happy and extremely playful this morning, Raul told me, and I could see the sparkle in his eyes as he shifted his weight from side to side while his humans finished their conversation.
Chrome followed willingly as he was led back to his stall, but stopped short in front of the door and turned to look at me as if to say “Kat, can you help me out here?” His savvy groom grabbed some of the colt’s favorite cookies from the container near his stall, and without any further encouragement the chestnut stepped lightly into his stall and accepted his bribe.
I stayed a little while longer to enjoy the first warmth of the sun as it crested the barns. Raul generally has a barn full of horses to look after each day, but with just Chrome and an arriving trainee from Los Alamitos in residence at Del Mar, I asked the groom what he would do with the balance of his day. “Nothing!” he said with a smile. Happy in his work and happy at rest, this man deserves the opportunity to sit back and relax. But you won’t be able to coax him from Chrome’s side, for there he will stay until it is time to mount the flight of stairs to his dormitory room for a good night’s sleep.
We confirmed another early start for tomorrow, and I bid my friend, the security guard and California Chrome farewell until morning, making a note to myself to wear thicker socks and remember my gloves.
(también en Español)
El Día a Día de Chrome: La Calma antes de la Tormenta
Cuarenta y ocho grados a las 5:30 a.m. parecía enconadamente frío y terriblemente temprano mientras salía de mi carro esta mañana en el estacionamiento de Del Mar Thoroughbred Club y comencé a caminar de regreso a la caballeriza. Como tantas veces lo he hecho y lo haré mientras camino del clubhouse hacia los establos y caballerizas, se me viene a la mente que debería medir la distancia, pero luego lo pienso mejor, sabiendo que eso podría realmente impedir mi progreso.
Mientras paseaba por la caballeriza, el vareador de California Chrome, Raúl Rodríguez, estaba limpiando la pesebrera del potro y esparciendo una carga de fresca cama de paja con un rastrillo mientras el campeón alazán aguardaba en la celda vecina. Solamente éramos Raúl, Chrome, el guardia de seguridad y yo esta mañana. Eché una ojeada a través del patio y vi frente a nosotros las celdas vacías de la caballeriza, que hasta ayer habían ocupado otros caballos. Quedando tan sólo una semana en el mitin de otoño, sus entrenadores podían ya haber cobrado todos los premios, o quizá haber embarcado más caballos para las carreras restantes. Veremos si tenemos nuevamente vecinos al final de la semana.
Era Lunes, y un día de descanso para Chrome, quien parecía darse cuenta que hoy no se esperaba mucho de él. Después de preparar su celda, Raúl sacó a Chrome para limpiar sus patas y secarlas antes de que comience su paseo por el patio. Difícilmente se veía alguna actividad con sólo unos cuantos caballos siendo caminados de mano por los ayudantes del establo, y Raúl murmuraba y hablaba quedamente en español hacia su compañía equina mientras ellos daban vueltas y vueltas alrededor del patio.
En cualquier final del óvalo que ellos estaban creando en la fresca y rastrillada arena, Chrome se tomaba una pausa de cuando en cuando, levantaba sus orejas y alzaba su cabeza, chequeando algo dentro de su campo de visión. Raúl se detenía pacientemente para determinar qué había llamado la atención de Chrome, y entonces lo animaba a continuar caminando. En una ocasión el potro le dejó saber a Raúl que él quería algo más que una caminata, y ambos hicieron una especie de enérgico baile alrededor del patio hasta que Chrome aceptó que la agenda matinal de Raúl tenía que continuar.
Justo antes de que lo llevara de vuelta a su celda, Raúl se detuvo a conversar conmigo mientras él jugaba con su brida y empujaba a su vareador. Su caballo estaba muy contento y extremadamente juguetón esta mañana, me dijo Raúl, y yo pude ver un brillo en sus ojos mientras él balanceaba su peso de lado a lado dejando que los humanos finalicen su conversación.
Chrome continuó muy voluntarioso mientras él lo llevaba de regreso a su pesebrera, pero se detuvo un poco en frente de la puerta y volteó a mirarme como diciendo “¿Kat, me puedes ayudar con esto?” Su comprensivo vareador cogió una de las galletas favoritas del potro desde un contenedor cerca de su celda, y sin más trámite el alazán saltó suavemente hacia el interior de su celda aceptando el soborno.
Permanecí un poco más para disfrutar la primera tibieza del sol que se empinaba por las caballerizas. Raúl tiene generalmente un establo lleno de caballos que cuidar cada día, pero solamente con Chrome y con un entrenador recién llegado de Los Alamitos para residir en Del Mar, le pregunté al cuidador que es lo que haría el resto del día. “¡Nada!” dijo con una sonrisa. Feliz en su trabajo y feliz por su descanso, este hombre merece la oportunidad de sentarse y relajarse. Pero no serías capaz de persuadirlo a que se aleje de Chrome, pues allí se quedará hasta que sea hora de montar vuelo hacia su dormitorio para el sueño de las buenas noches.
Confirmamos otro encuentro tempranero para mañana, y ofrecí a mi amigo, al guardia de seguridad y a California Chrome una despedida hasta mañana, haciéndome un recordatorio de llevar medias más gruesas y de no olvidar mis guantes.